I Domingo Adviento
Dios se hace hombre y se mezcla entre los hombres; se hace hombre para caminar conmigo. Me gusta este tiempo previo en el que el corazón se prepara, sueña, anhela.
Dios se hace hombre y se mezcla entre los hombres; se hace hombre para caminar conmigo. Me gusta este tiempo previo en el que el corazón se prepara, sueña, anhela.
Somos niños cuando experimentamos ese amor inmerecido. La gracia de su amor. En esos momentos confiamos de forma definitiva. Porque un amor así nunca se desentiende de mis pasos.
Los talentos nos han de llevar a arriesgar, a jugárnosla, a salir. No sólo se trata de conservar con cuidado lo que hemos recibido. Hace falta el impulso misionero, el frescor de una vida entregada.
Necesitamos volver siempre a la humildad del origen. María se hace esclava de Dios en su pequeñez. La vida crece por su servicio silencioso y oculto. El amor se muestra en pequeños detalles.
Ya sea en el lugar mismo, o en un santuario filial, o en mi santuario hogar. Allí donde he estado en esta fecha sagrada es importante la profundidad de lo que he vivido, mi sí audaz.
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María acoge el sí dado a nuestra historia, a nuestro camino. Le pertenecemos por entero a Dios. María nos recibe con su corazón abierto. Somos parte del Santuario. Somos santuarios vivos.
María es fiel a su sí dado tantas veces en el interior de su Santuario. Allí hemos reído y llorado, sufrido y amado. En sus brazos, acariciados por sus manos de Madre, descansamos.
Jesús nos habla de amor, de paz, de un hogar. Habla de su mar tranquilo, de la fuente en su corazón herido. Nos llama a ir mar adentro, a beber agua y calmar la sed de infinito.