Nos olvidamos de lo central de la vida de Cristo. Él es reconocible en sus heridas. Tal vez porque su vida fue dejarse el corazón hecho jirones. Así dejó su amor entre nosotros.
Cuando somos pacientes comprendemos que las horas son una oportunidad para vivir. Aprendemos a mirar con misericordia nuestros propios errores y los de los demás.
No podemos solucionarlo todo con palabras. Nuestros silencios son más constructivos. El silencio que acompaña y sostiene. El silencio que es oración y amor expresado.
Cuando respetamos a los ignorantes y a los desconocidos tanto como a los sabios y respetables, el corazón está abierto, es receptivo y no se fija sólo en las apariencias.