Tenemos la vocación de ser ovejas antes de ser pastores. Nos acercamos para descansar en sus pastos, para dejarnos arrullar por su voz, para alimentarnos de su Pan que se parte y beber de la fuente que mana de su corazón. Queremos pertenecer a sus ovejas predilectas, amadas y reconocer en cada momento su voz.
«Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero». Con un amor humano y limitado, torpe y dispuesto, lleno de confianza. Un amor que brota de nuestra herida. Esa herida de amor que llevamos desde que nacemos. Esa herida grabada a fuego que nos une con el corazón de Cristo, también herido, también roto
Jesús vuelve por amor. Y Tomás, conmovido, puede tocar su herida. Se acerca al Señor temeroso, sobrecogido: « ¡Señor Mío y Dios Mío!». Jesús mismo le ayuda a meter su dedo, su mano, en su costado abierto. Un amor inmenso. Tomás cree. Porque toca, cree. Porque cree, toca.