El pecador, el que llevaba una vida imperfecta, sólo puede esperar misericordia. No busca el reconocimiento, ni la alabanza, sólo la mirada llena de misericordia del Padre al final del camino.
Ante mi verdad humana se arrodilla Dios. Y me hace capaz de amar de forma humana. Ese amor humano mío, limitado y pobre, se convierte en un pálido reflejo del amor de Dios.
Sé que Dios me da por amor. Se parte por amor sin esperar nada. Creo en mí mismo cuando me parto amando. Cuando no me canso de amar aunque no reciba nada en mi entrega
Quiero una mirada sencilla. Para no interpretar intenciones. No quiero olvidarme de Jesús que me ha salvado. Nada de lo que tengo es merecido. Es un don simplemente. Me postro. Alabo a Dios.
Le pongo a Él en el centro y yo me aparto. Jesús cree más en mí de lo que yo mismo creo. Sé que siempre ha creído. Desde que me vio sentado y me llamó. Si Él no cree en mí, yo solo no puedo.