XXXI Domingo Tiempo Ordinario
Podemos disfrazarnos de lo que queramos, pero al final estamos desnudos ante Dios. Con las manos vacías y la misma necesidad de ser amados.
Podemos disfrazarnos de lo que queramos, pero al final estamos desnudos ante Dios. Con las manos vacías y la misma necesidad de ser amados.
La fe nos lleva a ver sin ver, a acariciar sin tocar, a abrazar sin poseer y a disfrutar sin gozar plenamente. Nos levanta sobre la debilidad y nos hace luchar hasta el último aliento de vida.
El amor es lo que dignifica al hombre y lo hace, al mismo tiempo, capaz de amar. El amor hace que nunca deje de ser importante, porque el amor nunca pasa, nunca muere.
No queremos vivir tristes, porque la tristeza nos ancla a la tierra y no deja que el alma navegue por los mares de la misericordia de Dios. Todos tenemos en el alma un deseo profundo de felicidad plena y eterna y en el camino experimentamos la limitación. Queremos tener un corazón que logre vencer las tinieblas […]
Jesús nos abraza y nos sostiene. Nos recuerda todo lo que valemos, aunque, como los niños, estemos sucios y llenos de barro. En medio de nuestra pobreza sonreímos. Porque no tenemos nada que aparentar. Porque no es necesario demostrar lo que no somos. Somos lo que somos. Somos pequeños.
Cuando nos sentimos libres y contentos con lo que tenemos, dejamos de envidiar otras vidas y no deseamos lo que no poseemos.
No basta con querer a las personas que Dios nos confía, es necesario que se sientan queridas por nosotros. En esa comunicación es necesario entregar todo nuestro amor.
Seamos creativos con ese tiempo que Dios nos regala para seguir sus pasos, para modelar su rostro con nuestras torpes manos. Basta con ser fieles a lo que somos, a lo que Dios nos pide. Pero, ¿quién es Jesús para nosotros?
Queremos recorrer el camino alegrándonos de la vida que se nos da. Dando gracias por el misterio de cada día sin quejas ni protestas. Entregamos lo más grande que Dios ha puesto en nosotros, nuestra capacidad de amar, de alentar, de sostener a otros, de disfrutar en pequeños sorbos la belleza de la vida.