XVI Domingo Tiempo Ordinario
Tengo que escribir mis fuentes de mi alegría en un lugar visible, para no olvidarlas. ¿Cuál es mi propia lista? Si las olvido pierdo lo más importante, pierdo el sentido de mi vida.
Tengo que escribir mis fuentes de mi alegría en un lugar visible, para no olvidarlas. ¿Cuál es mi propia lista? Si las olvido pierdo lo más importante, pierdo el sentido de mi vida.
Jesús no formó un ejército en orden de batalla. Eligió hombres y los mandó a la misión. Todos originales. Todos diferentes. Escuchó lo que había en su alma, respetó sus sentimientos.
Jesús me invita a tener un alma grande. Su gracia me basta. Él construye sobre mi vida con sus carencias y riquezas. Dios llena la grieta de mi alma con la fuerza de su amor.
Me gustaría tener tanta fe. Me gustaría ser capaz de vencer los miedos y tocar el manto de Jesús. El de aquellos que llevan a Jesús en su alma. Tocar la vida que se me da. Pedir ayuda.
Quisiera aprender yo a descansar en las manos de Dios. Sin miedo. Sin querer controlarlo todo. En sus atrios. Como un niño. Con paz. Un gorrión en la casa de Dios.
Él tiene mi vida en sus manos. No quiero apoderarme de mi presente. No quiero sentirme dueño de mi suerte. Quiero vivir con la paz del que sabe que su vida descansa en Dios.
El amor que Dios nos tiene es un amor a prueba de desprecios. No es un amor sólo presente cuando actúo bien, cuando obedezco sus mandatos. El amor incondicional de Dios me salva.
María nos enseña a ser niños, para que quepamos en el corazón de Dios Trino. Aprendemos a mirar la vida con sus ojos. A alegrarnos de nuestra pequeñez. Dios se fija en los pequeños.
Juntos podemos lograr el milagro. No estamos solos. En medio de la noche caminamos con otros, rezamos en otros, nos sostienen y sostenemos. Y entonces el espíritu rompe las puertas.
¡Qué importante vencer la tristeza con sonrisas! Vencerla con la alegría que sólo nos da Dios. Que no nos quiten nunca las ganas de luchar y de aspirar a las cumbres más altas.