Empezamos la cuaresma con la imagen del desierto. El  Espíritu conduce a Jesús al desierto. El desierto es lugar de tentación y prueba, en lugar de encuentro con Dios. Es el lugar del terrible calor durante el día y del duro frío de la noche. Es el lugar de los extremos, donde no cabe la mediocridad ni la tibieza. En el desierto el corazón es probado en su fidelidad. Expuesto a la dureza de las condiciones, el hombre saca lo peor y lo mejor que hay en su alma. En el desierto, junto a la tentación, Cristo se encuentra con su Padre y descubre su camino. El desierto es el lugar del misterio en el que se desvelan los pasos a seguir. En la soledad del desierto se hace más fácil descifrar la conducción de Dios en nuestra vida.