Cuando nos sabemos amados de forma incondicional, empezamos a creer en nosotros mismos porque alguien cree; nos sentimos mejores, porque alguien nos ve mejores; descubrimos que nuestras miserias no son tan terribles, porque alguien no las encuentra tan feas; descubrimos una belleza en nuestro propio corazón que antes no veíamos. Porque comenzamos a vernos con los ojos de quien nos ama como somos. El amor nos hace dar saltos de confianza. Arriesgamos, soñamos, logramos vencer barreras infranqueables. El amor recibido nos catapulta hacia el cielo, porque nos recuerda que sólo Dios ama de esa manera. Y el amor que recibimos es solo un pálido reflejo de ese amor de Dios que nos sostiene.