V Domingo de Cuaresma
Puedo cambiar, puedo crecer. Tengo más luz que oscuridades. Más vida que muerte. Más esperanza que fracasos. Soy más de lo que yo mismo veo. Y, sobre todo, soy más de lo que otros ven.
Puedo cambiar, puedo crecer. Tengo más luz que oscuridades. Más vida que muerte. Más esperanza que fracasos. Soy más de lo que yo mismo veo. Y, sobre todo, soy más de lo que otros ven.
Me conmueve la alegría del Padre. La alegría del hijo. Ya no habrá sombras ni oscuridad. Me gusta pensar en la casa, en ese hogar en el que pueda uno ser quién es sin miedo al rechazo.
Jesús me mira siempre y se involucra con mi vida. Se vuelve y me mira cuando me acerco. Asombrado, lleno de un amor cálido que me acoge. Jesús me busca y me mira señalándome en medio de los hombres cuando yo mismo no le busco a Él.
Quiero aceptar la vida como se me presenta. Disfrutar de los detalles y asombrarme ante las sorpresas no esperadas. Quiero asumir las dificultades como una oportunidad para aprender.
Cuando miramos los límites del camino con misericordia, todo cambia. Nos aceptamos en nuestra pobreza y eso nos capacita para aceptar a los demás en sus límites. De nuestro sí depende todo.
Es un milagro el perdón. Una gracia que pedimos. Más que sacrificios es más importante perdonar, pedir perdón y ser perdonado. Ese amor que posibilita el perdón, que surge del perdón, es lo central.
Lo que queda después del fuego del amor es la ceniza. Al recibir la ceniza quiero decirle a Jesús que le quiero.
El miedo a la muerte, a no dejar nada cuando nos vayamos, se supera si cada día lo vivimos detenidos en esa hora en la que Jesús viene a mi barca y me pide arriesgar, amar, dejarlo todo.
Ojalá siempre pudiera decir que cambio para mejor. Que soy mejor persona. Que me he escapado de algún cajón en el que me habían encasillado otros o bien yo mismo por miedo a vivir.
Mi vida cobra sentido cuando le digo un sí alegre a mi vida como es hoy. Con sus renuncias y sus elecciones. Con sus límites y su horizonte. Sí a mis dificultades y sí a mis alegrías.