II Domingo de Adviento
Dios me redime, me salva. Y yo me abro a la gratuidad de ese amor que desciende sobre mi vida. Me gustaría vivir siempre así. Agradeciendo. Me gustaría tener más libertad interior.
Dios me redime, me salva. Y yo me abro a la gratuidad de ese amor que desciende sobre mi vida. Me gustaría vivir siempre así. Agradeciendo. Me gustaría tener más libertad interior.
¿En qué fuentes interiores descansa mi alma? ¿Cuáles son esas fuentes de las que bebo? Voy a acercarme a algunas de ellas. Cada uno podría hacer en este Adviento su lista de fuentes de alegría. Cada uno le puede poner nombres y descubrir el camino original por el que Dios le conduce.
Quiero renovarme por dentro. Volver a comenzar. Alzar de nuevo mi mirada al infinito. Para no quedarme en lo que ahora me inquieta, en lo finito que pesa y me turba.
¿Por qué me cuesta tanto dejar el timón de mi vida en las manos de Dios? Ese gesto de entregar el poder, de pedirle a Dios y a María que sean reyes de mi vida, es el camino de la verdadera santidad.
Contemplar la vida significa tomarla como es sin querer cambiarla. Sacar su belleza admirando lo que Dios me regala. Estar abierto a lo que recibo, aunque piense que yo lo haría de forma diferente.
Guarda en tu corazón como se guardó a María en la muralla durante tantos años. Guarda y haz memoria. Eso te hace hondo. ¿Cómo es mi hondura de alma? ¿Qué es lo que guardo? Guardar un tesoro y después compartirlo. Que se abra el muro.
Para Jesús todos están vivos. Junto a Dios no hay muertos, sólo hijos, sólo hijos amados. Jesús nos desvela algo del cielo. Él lo conoce. Junto a Dios todos tenemos vida.
¿A qué viniste? ¿Para que sigues a Jesús? ¿Cuál es el santo que Dios quiere labrar en mí? ¿Cuál es mi forma original de santidad?
El pecador, el que llevaba una vida imperfecta, sólo puede esperar misericordia. No busca el reconocimiento, ni la alabanza, sólo la mirada llena de misericordia del Padre al final del camino.
Ante mi verdad humana se arrodilla Dios. Y me hace capaz de amar de forma humana. Ese amor humano mío, limitado y pobre, se convierte en un pálido reflejo del amor de Dios.