XV Domingo tiempo ordinario
Sólo sé que la semilla no cambia lo esencial de mi vida. Mi tierra sigue siendo la misma. La semilla da vida a algo que no estaba antes en la tierra. Algo que sin mi tierra no tendría vida.
Sólo sé que la semilla no cambia lo esencial de mi vida. Mi tierra sigue siendo la misma. La semilla da vida a algo que no estaba antes en la tierra. Algo que sin mi tierra no tendría vida.
Deseo tener un corazón sencillo. Un corazón que no se enrede en falsedades y expectativas. Un corazón abierto y simple. Como el de los niños.
¿Qué estoy dispuesto a perder? Mi fama, mi nombre, mis seguros, mis raíces. Jesús me quiere por encima de todo. Me quiere a mí con un corazón libre. Cuando pierdo lo que entrego, lo gano.
Él va conmigo y eso me consuela. En mi miedo al dolor y a la muerte. Quiero que me sostenga en mis miedos infantiles e inseguridades. En ese miedo real a perder porque he amado.
Me gustaría hoy volver a escuchar en mi corazón a Dios: – Te quiero. Jamás te abandonaré. Siempre cuidaré de ti. Hoy al recibirlo en la comunión se lo pido. Que siempre cuide mis pasos.
Me gusta la idea de ese camino trazado ante mí. En el interior de mi alma. Por donde voy y vengo. Basta con saber cómo seguir para no perder las flechas que me orientan. El Espíritu me da su luz.
Quiero ser más niño y para eso le pido a Dios que ablande mi corazón en la fuerza de su Espíritu. Que me haga desear esa presencia que todo lo hace nuevo.
Quiero que mi amor humano como un lazo invisible me lleve a lo más hondo del corazón de Dios. Allí donde descansen mis brazos ya gastados. Y mis pies destrozados de tanto caminar.
María me abraza y me espera. Pienso en su mirada a los pastorcillos en Fátima. Ellos se dejaron tocar por su amor inmenso y sus vidas cambiaron. Quiero dejarme tocar por su misericordia.
Ser maduro tiene que ver con ser más sabio. Con aprender de la vida. Con vivir apasionado cada segundo. Con aspirar a lo que aún no logro. Con entender las cruces como parte del camino.