La fe, nuestra propia fe, es un salto en los brazos de Dios que nos espera lleno de alegría. Es la fe en un Dios que construye sobre el barro del hombre que cree y persevera. Y con ese barro hace grandes milagros. Los santos llegaron a ser santos cuando experimentaron en sus vidas el amor de Dios. Cuando supieron que era Dios el que santificaba sus pasos y no ellos los que bordaban la perfección por medio de obras inmaculadas. Dios hizo posible sus grandes saltos de confianza. Dios los ayudó a perseverar en medio de la oscuridad y les hizo creer en todo lo que podían alcanzar si se hacían dóciles a su voluntad cada mañana. Dios levantó sus vidas hasta el cielo.