I Domingo Cuaresma
Cuando somos pacientes comprendemos que las horas son una oportunidad para vivir. Aprendemos a mirar con misericordia nuestros propios errores y los de los demás.
Cuando somos pacientes comprendemos que las horas son una oportunidad para vivir. Aprendemos a mirar con misericordia nuestros propios errores y los de los demás.
No podemos solucionarlo todo con palabras. Nuestros silencios son más constructivos. El silencio que acompaña y sostiene. El silencio que es oración y amor expresado.
Cuando respetamos a los ignorantes y a los desconocidos tanto como a los sabios y respetables, el corazón está abierto, es receptivo y no se fija sólo en las apariencias.
La unidad sólo se puede construir desde la humildad, aceptando nuestra misión concreta y respetando la misión de todos los demás miembros del mismo cuerpo.
Dios sólo quiere nuestra entrega. Quiere nuestro sí sin excusas. Quiere que llenemos las tinajas de agua. El agua refleja nuestra debilidad. Tenemos sed. Y tenemos sólo agua. Es sólo agua, pero es lo que tenemos. Es aquello que no podemos ocultar. Dios nos necesita.
Hemos sido destinados a la vida, pero sin saber muy bien de dónde venimos e ignorando el camino a seguir. ¿Se puede cambiar el destino? ¿Se puede reescribir nuestra historia?
Queremos aprender a ser niños para no quedarnos a la mitad de lo que podemos llegar a ser. Nos vestimos así del traje de sorpresa, nos ponemos cara de asombro, una sonrisa permanente en el rostro, hacemos que nos tiemblen las manos de la emoción y corremos a dejarnos sorprender por la vida.
Pero hoy también nos preguntamos cómo se encuentra nuestro amor matrimonial, base de la familia. Miramos el amor que se tenían José y María. Miramos el respeto y la alegría que reflejaban en su vida. La delicadeza y la ternura, la sencillez y la sana disponibilidad para seguir el querer de Dios.
Un niño pobre en un pesebre es el mejor escenario para ser quienes somos de verdad y recuperar la dignidad perdida.