XII Domingo tiempo ordinario
Él va conmigo y eso me consuela. En mi miedo al dolor y a la muerte. Quiero que me sostenga en mis miedos infantiles e inseguridades. En ese miedo real a perder porque he amado.
Él va conmigo y eso me consuela. En mi miedo al dolor y a la muerte. Quiero que me sostenga en mis miedos infantiles e inseguridades. En ese miedo real a perder porque he amado.
Me gustaría hoy volver a escuchar en mi corazón a Dios: – Te quiero. Jamás te abandonaré. Siempre cuidaré de ti. Hoy al recibirlo en la comunión se lo pido. Que siempre cuide mis pasos.
Me gusta la idea de ese camino trazado ante mí. En el interior de mi alma. Por donde voy y vengo. Basta con saber cómo seguir para no perder las flechas que me orientan. El Espíritu me da su luz.
Quiero ser más niño y para eso le pido a Dios que ablande mi corazón en la fuerza de su Espíritu. Que me haga desear esa presencia que todo lo hace nuevo.
Quiero que mi amor humano como un lazo invisible me lleve a lo más hondo del corazón de Dios. Allí donde descansen mis brazos ya gastados. Y mis pies destrozados de tanto caminar.
María me abraza y me espera. Pienso en su mirada a los pastorcillos en Fátima. Ellos se dejaron tocar por su amor inmenso y sus vidas cambiaron. Quiero dejarme tocar por su misericordia.
Ser maduro tiene que ver con ser más sabio. Con aprender de la vida. Con vivir apasionado cada segundo. Con aspirar a lo que aún no logro. Con entender las cruces como parte del camino.
A este le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera.
Dios me ama por encima de mis miedos y tristezas. Cree en mí más de lo que yo creo. En el poder de mis gestos y palabras. Cree en mí y hace que arda mi corazón. Con sus palabras y su presencia.
No puedo dudar de su llamada. Me siento indigno de su amor, pero Él me ama. Sabe cómo soy, conoce mi alma. Ve una belleza en mí que no conozco. Me ama con un amor que yo no he sentido.