I Domingo Adviento
Dios me ama tal como soy sin yo merecerlo. Me ama en medio de mi pobreza. Se me olvida ese amor de hijo. Creo tantas veces que Dios sólo me ama cuando soy bueno, cuando soy fecundo.
Dios me ama tal como soy sin yo merecerlo. Me ama en medio de mi pobreza. Se me olvida ese amor de hijo. Creo tantas veces que Dios sólo me ama cuando soy bueno, cuando soy fecundo.
Dios siempre me acompaña cuando sufro y sabe sacar algo bueno de una desgracia. Sabe sacar luz de la oscuridad. Y risas del llanto. Creo en ese Dios que se abaja a mi vida a buscarme.
Me detengo a mirar el hoy que tengo ante mis ojos. Ese hoy del que espero más. Ese hoy que me gustaría fuera distinto. Hoy, ahora, tengo la obligación de ser feliz y dar gracias.
¿A qué dedico más tiempo? ¿Cómo invierto las horas que me han dado? De mí depende usar bien el tiempo que se escapa entre los dedos. De mí depende amar más o vivir centrado en mi egoísmo.
Hay personas que crean paraísos pequeños donde puedo descansar yo que estoy roto. No tienen ira. Respetan, enaltecen. Unen, no rompen. No dejan caer lo sagrado. Acarician a los que están heridos.
Un amor que no quiere poseer sino liberar. Un amor que no ama por obligación, sino con libertad. Porque no puedo amar por necesidad. No quiero amores que me quiten la paz y la libertad.
Le pido a Dios que limpie mi mirada para mirar sin sospecha, con limpieza, sin doblez. Quiero ver la belleza. Descubrir lo que hay de verdad que complementa lo mío. Quiero vivir en la luz.
Quiero mirar a través de mis odios y rencores para poder ver la bondad escondida en el alma de los hombres. Ver en ellos la imagen de Dios. En al alma de aquel a quien amo aunque me ignore.
No quiero tener miedo a decir lo que pienso y siento. La verdad en la que creo. La fe que mueve mi vida. Si el miedo me atenaza nunca seré enteramente libre, plenamente hombre.
Quiero la paz, pero mi corazón no es pacífico. Reacciono de forma desproporcionada ante la ofensa. Grito casi sin motivo cuando me contradicen.