«El cielo puede esperar», pensamos en nuestro interior. Porque amamos lo cotidiano, las rutinas y los hábitos, la simplicidad de la vida, los placeres pasajeros. No vivimos satisfechos y muchas veces nos sabemos infelices; sin embargo, pensar en el cielo nos asusta. Nos gusta tanto la tierra que no comprendemos la eternidad. Algo eterno se escapa a nuestra pobre razón. Hoy, sin embargo, se nos invita a pensar en ese cielo en el que nuestro amor será pleno y completo y nuestra vida será la vida de los bienaventurados, que descansan para siempre junto a Dios.