V Domingo de Pascua
Si logro descansar en Dios escucho el nombre que pronuncia a mi oído. Mi nombre, mi verdad, la palabra de mi vida. Soy suyo. Soy su sarmiento. Sólo en Él mi vida tiene sentido.
Si logro descansar en Dios escucho el nombre que pronuncia a mi oído. Mi nombre, mi verdad, la palabra de mi vida. Soy suyo. Soy su sarmiento. Sólo en Él mi vida tiene sentido.
Jesús es el buen pastor que cuida su rebaño. Da la vida por ellas. Le importan los suyos. Les ha abierto su corazón. Les ha dejado ver su herida. Están en su intimidad. Sufre por los suyos.
Mi vida está en sus manos. No quiere que me instale en mi comodidad. Desea que le entregue lo que tengo sin querer apropiármelo como mío. Quiere que aprenda a amar donde Él me pone.
Me conmueve su amor que me busca, que baja de la cruz para acercarse. Ese amor que no se olvida de mi dolor. Que sufre y ríe conmigo. Ese amor que es su abrazo que me espera.
Nos resistimos a esa muerte que abre la puerta verdadera. La que nos muestra un horizonte en el que somos lo que estamos llamados a ser. ¿A qué queremos morir para que brote la vida?
Jesús es traspasado con la lanzada. Se rompe por amor.
Jesús entrega su vida. Nos amó hasta el extremo.
Comienza el triduo Pascual. Los días santos de la mano de Jesús. Jueves Santo, viernes santo, sábado santo. Queremos caminar con Él, seguir sus huellas, dejarnos tocar por su amor sagrado. Acercarnos a su corazón herido. Unirnos a ese amor que nos hace nacer a una vida verdadera.
Queremos creer en nuestro futuro. Confiar en nuestras fuerzas. Perdonarnos y volver a comenzar. Creer en la belleza de nuestra vida. Vivir agradecidos, no exigiendo que nos amen.
Me sostiene Él que me ama con locura. Me alienta Él que conoce mis sufrimientos. Él mismo los ha sufrido. Me levanta cuando caigo y me dice que basta con vivir con Él, a su lado.