Hoy vemos a Pedro hundirse en las aguas y suplicar ayuda. Hundirnos en las aguas nos vuelve a hacer conscientes de nuestra dependencia de Dios y de María. Tendemos las manos a lo alto pidiendo auxilio. Porque, sin su poder, no podremos nunca caminar sobre las aguas, ni mantenernos a flote. La realidad con la que nos enfrentamos cada día es la misma que la de Pedro: nos hundimos, porque solos no podemos.