XXIV Domingo Tiempo ordinario
El hijo pródigo regresará a casa. Será de nuevo hijo. Se dejará amar por su padre. Habrá conocido el amor aquella mañana arrodillado en el pecho de su padre. Su vida pródiga ahora será generosa.
El hijo pródigo regresará a casa. Será de nuevo hijo. Se dejará amar por su padre. Habrá conocido el amor aquella mañana arrodillado en el pecho de su padre. Su vida pródiga ahora será generosa.
Hay cosas bonitas y feas. Quiero llenar el alma de las bonitas, para ser capaz de enfrentar las feas. La lleno de luz para iluminar la noche. La lleno de vida para que venza sobre la muerte.
Y sé que si vivo así, dejándome la vida, tendrá sentido vivir, habré logrado tener un corazón lleno de misericordia. Es lo que anhelo. Es lo que sueño.
El amor me capacita para la vida, para la felicidad. El amor me hace confiar. Nada sucede por casualidad. Dios está detrás de todo. Mi felicidad no depende de las circunstancias de mi vida.
Le digo a Dios que arrase mi corazón. Es la única forma de vivir de verdad. Siendo vivido por Él. Dejándole mis miedos en su pecho herido. Abriendo las manos sin querer retenerlo todo.
Quiero descansar en Jesús. Ser su amigo. No me pide que cambie para ser su amigo. No me pide que sea mejor porque Él conoce mi mejor parte. La belleza oculta de mi alma. La luz que no logro.
Muchas veces la felicidad es un don. Algo que me sucede cuando amo. Cuando me descentro. Cuando busco que los demás sean más felices y me abro al amor.
El Espíritu Santo me impulsa a la lucha, a la entrega, a salir de mí mismo, a vencer mis miedos, a calmar la sed de amor que padece el hombre.
Quiero optar y elegir bien qué caminos sigo, a quién sigo. En mis elecciones se esconde el sentido de mi vida. Quiero seguir a un Dios sereno, que le dé serenidad al alma. Un Dios en el que descansar.
La búsqueda enfermiza de la soledad puede hacerme egoísta. No deseo esa paz egoísta en la que me encuentro seguro y protegido. No es ese el Jesús que vive en mi corazón, el Jesús al que sigo.