Epifanía de Jesús
Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo.
Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo.
Dios me quiere con locura. Ama mi vida como es. Sin pensar en todo lo que podría llegar a ser. Me abraza como soy ahora y se conmueve. Quiero alegrarme de estar donde estoy, de ser como soy.
Miro la paz de esta noche. Y abro mi alma vacía. La vida se juega en mi sí sencillo delante de un establo. En mi fidelidad ante una vida ordinaria en la que no hay milagros. Y toco su carne débil.
Miro a Dios cuando estoy turbado y alegre. Lo miro en este tiempo de espera del Adviento. Miro a Dios que me mira en mi alma y me conoce, y me comprende. Sabe cómo estoy, cómo me siento.
Vivo ahora en Adviento la posesión de ese niño alegre entre mis brazos. No aguardo el día feliz que puede que no venga. Vivo ya la Navidad en ese camino de María y José sobre su burro.
María educa nuestro corazón para hacerlo a su medida.
Dios me redime, me salva. Y yo me abro a la gratuidad de ese amor que desciende sobre mi vida. Me gustaría vivir siempre así. Agradeciendo. Me gustaría tener más libertad interior.
Quiero renovarme por dentro. Volver a comenzar. Alzar de nuevo mi mirada al infinito. Para no quedarme en lo que ahora me inquieta, en lo finito que pesa y me turba.
¿Por qué me cuesta tanto dejar el timón de mi vida en las manos de Dios? Ese gesto de entregar el poder, de pedirle a Dios y a María que sean reyes de mi vida, es el camino de la verdadera santidad.
Contemplar la vida significa tomarla como es sin querer cambiarla. Sacar su belleza admirando lo que Dios me regala. Estar abierto a lo que recibo, aunque piense que yo lo haría de forma diferente.