Cuando nos enfrentamos a Dios y descubrimos su rostro, nos encontramos con nosotros mismos, con la voz que clama en lo profundo de nuestro ser. Somos imagen de la Trinidad. Cuando nos abrazamos al Padre como hijos, cuando nos identificamos con Cristo en la cruz, cuando el Espíritu Santo transforma con su poder nuestra vida. Somos imagen y nuestro camino en la vida es ir dejando que Dios logre reflejar en nosotros toda su belleza.