Hoy, cuarto domingo de Adviento, ponemos nuestra mirada en María. Ella, la hija de Dios, la esclava del Señor, es nuestra Señora del Adviento. En la fiesta de la Inmaculada la contemplamos, como llena de Dios, como Esposa del Espíritu. Hoy, la miramos como Madre de nuestra Esperanza. Ella supo acoger en su corazón de niña la voluntad de Dios, y su sí, sencillo y lleno de paz, cambió la historia de los hombres.