¿Por qué nos cuesta tanto amarnos a nosotros mismos? ¿No somos capaces de ver la belleza, la verdad y la bondad en nuestro corazón? La realidad es que no lo logramos tan fácilmente. Nos cuesta conocernos y, cuando profundizamos, en nuestro afán perfeccionista, no toleramos los errores, ni tampoco las caídas o los defectos. Somos inmisericordes con nuestra debilidad. Despreciamos nuestra baja estatura, como Zaqueo, y quisiéramos ser tan altos como para poder tocar el cielo.