Es verdad que tenemos que madurar en nuestra vida afectiva. Porque muchas de nuestras tristezas y preocupaciones nacen del desorden afectivo que reina en nuestro interior. No sabemos amarnos y, como consecuencia, amamos mal a los demás. Les exigimos que calmen nuestra sed de infinito, que llenen el anhelo de plenitud con el que nacemos. Por eso tantos se desaniman y defraudan al ver los límites del amor humano. Buscamos fuera nuestra paz interior y desconocemos todo lo que ocurre en nuestro mundo interior.