La cruz puede pesar en el corazón, pero no puede hundirnos, porque Dios camina a nuestro lado y nos sostiene. Nos levanta cuando caemos y alegra nuestro corazón cuando no vemos el final del túnel. La cruz nos asemeja a Cristo crucificado, nos une a su dolor y nos hace hijos dóciles en las manos bondadosas de un Dios que ama nuestra vida.