El corazón se resiste a la cruz y se aferra a la idea de un Rey que venza el dolor en este mundo y para siempre. Nos gusta creer en una vida terrena sin dolor, sin miedos y sin límites. Negamos la cruz y no queremos hacerle frente. Por eso nos resulta atractiva esta alegría algo inconsciente del domingo de Ramos. Una alegría que sueña ya con la realización plena del deseo. Del anhelo más hondo que habita en el corazón del hombre: vivir y amar eternamente. Sin embargo, hoy no podemos olvidar que el camino de la Cruz, que estamos a punto de iniciar, es una verdadera escuela para la vida.