El poder siempre despierta una fuerte atracción en el corazón del hombre. El poder nos da la posibilidad de influir, decidir, mandar, saber, opinar, conocer. Cuando tenemos poder nos sentimos importantes y valorados por el mundo. Nos buscan y respetan, nos piden consejo y nos toman en cuenta. Perder el poder o dejar de influir, por el contrario, nos duele profundamente; es como pasar al olvido, como ser invisibles súbitamente para los otros. El poder nos atrae de tal manera que despierta la envidia cuando no lo tenemos y nos lleva a la crítica cuando nos sentimos desplazados. Aspirar al poder siempre ha sido la gran tentación del hombre. Cuando hablamos del poder de Cristo, de su Reinado en el mundo, la imagen que escuchamos es la del buen Pastor.